Una de las cosas que más me ha sorprendido en estos años trabajando en comunicación (y que sigue sorprendiéndome) es como mucha gente piensa que lo que hacemos es fruto de una inspiración fortuita. Como si la creatividad fuera algo que surgiera de la nada. Y ojalá fuera así, trabajaríamos muy poco y tendríamos más tiempo libre, pero la realidad es muy distinta a la ficción y detrás de todo resultado hay horas y horas de trabajo.
A lo largo de estos años he trabajado en equipos muy distintos y me he dado cuenta de que, como dice el refrán, cada maestrillo tiene su librillo. De ahí la importancia de trabajar con personas con talento que, además, estén dispuestas a compartir su forma de ser.
En ese sentido, me considero afortunado, ya que en todas partes me he encontrado con gente dispuesta a compartir y que me han ayudado a crecer.
Desde que empecé a escribir he estado buscando un estilo propio y la comunicación me ayuda a evolucionarlo. El estar obligado a seguir las tendencias, conocer nuevos canales, pero también al público, me recuerda constantemente que no todo vale y que, si quiero que los mensajes lleguen, debo adaptar el lenguaje.
Por eso, de la misma manera que cada persona tiene su método, yo tengo el mío. No era muy consciente que lo tuviera hasta que pensé en ello, pero más o menos siempre sigo una serie de pasos, que hoy en día son:
1/ Me documento
Es lo primero que hago. Independientemente del mensaje, me parecería una temeridad comunicar sin examinar las características de la marca, repasar su histórico, compararla con su competencia, analizar el público y observar las posibilidades para llegar al máximo de audiencia. Además, cada encargo tiene sus características, por lo que, si hay que apuntar hacia una dirección concreta, intento saber más, ya sea buscando en Internet o viviendo la experiencia del consumidor.
2/ Miro tonterías
No soy muy partidario de tomar una idea que alguien ya haya hecho en el pasado y adaptarla. Prefiero intentar sacar algo propio y que la marca muestre algo de personalidad. De ahí que además busque inspirarme fuera del mundo del marketing y la publicidad escarbando en YouTube, redes sociales y foros.
3/ Pienso ideas
No me gusta el brainstorming, ya que es un ejercicio con el que no me siento muy cómodo. Tener muchas ideas apuntadas, si no las veo viables, me pone nervioso. Es por eso por lo que a medida que se me van ocurriendo vías, voy anotando únicamente las que creo que podrían llegar a funcionar.
4/ Descarto las más flojas
Hay ideas que pueden parecer muy buenas en un inicio, pero al analizarlas con más atención, no serlo tanto. Por esta razón, siempre hago una pequeña criba o las separo para enfocarlas desde otra perspectiva en otro momento. Y es que no me vale que funcione, tiene que ser lo suficientemente atractiva.
5/ Estreso las seleccionadas
Da igual lo buena y llamativa que me parezca una idea, que si no me funciona en todos los canales posibles, también la acabo desechando. Para ello, siempre la testeo en los canales aparentemente más sencillos, como por ejemplo un banner, y si me aguanta sigo adelante con ella.
6/ Desarrollo la estrategia
Cuando tengo una idea me gusta hacerla crecer hasta el máximo, de ahí que busque los formatos y los canales con los que creo que voy a poder llegar al máximo de público y conectar mejor con la audiencia.
7/ Redacto
Una vez lo tengo todo pensado y definido, escribo las piezas finales. Parece obvio, pero dependiendo del tipo de encargo y de estrategia, antes debo estructurar el storytelling, definir un tono y adaptar los mensajes según el canal.